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La Ciénaga Grande de Santa Marta, actualmente considerada por la UNESCO como una de las reservas más importantes de la biosfera de la tierra, es la laguna costera más grande y productiva del caribe colombiano. Aun así, actualmente es un ecosistema en estado de alerta por las condiciones de vida deplorables que presenta a causa de la contaminación ambiental y su abandono por parte del Estado, y simultáneamente, convive con una de las memorias más dolorosas que ha dejado el conflicto armado en el territorio colombiano.

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Para los habitantes de los pueblos palafíticos que durante décadas han pervivido flotando por las inmensas aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta, el 22 de noviembre se convirtió en esa memorable fecha que rasgo sus vidas para siempre. 

A las 5 am de ese día del año 2000, cuando aún brillaban las estrellas en el cielo y las aves despertaban para sobrevolar sus paradisiacas aguas, ocurrió la conocida “Masacre del Morro", una de las peores masacres efectuadas por los grupos paramilitares en el interior del territorio colombiano. Con una banal sospecha de que los habitantes del pueblo de Nueva Venecia escondían a un guerrillero en alguno de sus hogares, ejecutaron a 39 pescadores a sangre fría, y apilaron sus cuerpos frente a las puertas de la iglesia. Según el ex comandante de las AUC (Auto defensas Colombianas) Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, éstos fueron “hechos de guerra”. Aquella vez las familias dolidas con este acontecimiento abandonaron el pueblo por temor, sin embargo su particular cultura de arraigo geográfico los llevó tiempo después a tomar la difícil decisión de retornar a sus aguas y reconstruir sus vidas. Fue tan tremenda la agonía vivida por culpa del conflicto armado colombiano en su territorio que aunque ellos hoy traten de dilatar esta memoria de sus recuerdos, en el fondo de sus corazones saben que jamas podrán olvidarla.

Dentro de las víctimas por el accionar del Grupo Paramilitar se encuentran:

MILTON JAVIER GOMEZ BARRIOS ( 21 años), EVER JULIO RODRÍGUEZ MEJIA (21 años), BASILIO DE LA CRUZ RODRÍGUEZ (23 años), NESTOR IVAN ACOSTA SUAREZ (18 años), ARMANDO ANTONIO ACOSTA SUAREZ (40 años), DARIO MORENO RETAMOZO (30 años), EMILIO RAFAEL MANGA MEJIA, ARMANDO RAFAEL MEJIA MENDOZA (36 años), MARTÍN RAFAEL RODRIGUIEZ AYALA (37 años), RAFAEL ANGEL MENDOZA MARTINEZ (22 años), JAVIER CABALLERO VERGEL, IVAN ROQUE GONZALEZ FERRER (38 años), MANUEL OCTAVIO RODRÍGUEZ AYALA, WILMAR MEJIA MEJIA, MALFRED GUTIERREZ PACHECO, EDWIN GAMERO CASTILLO, LEONEL NN , NORDELIS ARRIETA, (quién se encontraba embarazada), ELVIS GUTIERREZ ARRIETA GERARDO SUAREZ ARRIETA.


 
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Después de firmarse los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC, hoy sigue una lucha por olvidar los residuos del terror causados por los grupos armados que circulaban continuamente las rutas estratégicas que atravesaban este complejo lagunar. Ahora sin la presencia armada, los anhelos de una vida en condiciones dignas y seguras vuelven a estos pueblos víctimas de la guerra. El turista que actualmente visite las aguas de la Ciénaga, observaría por encima que los habitantes de sus pueblos mantienen aún su identidad colectiva e intentan respirar una vida más tranquila. Sus pescadores secan la lisa bajo el sol retomando las prácticas culturales de la pesca tradicional y transmiten sus conocimientos a las nuevas generaciones. Los niños pueden asistir a sus escuelas para forjar sus identidades individuales y colectivas, pero lo más importante, pueden aprender a valorar el agua desde su propio carácter integral. Las personas de estos pueblos vuelven a sus dinámicas sociales y costumbres de resistir para darle el inmenso sentido al trabajo pesquero como el indispensable oficio cultural de supervivencia que este representa. También con solidaridad todos se unen cotidianamente en una sola familia para compartir sus memorias y experiencias vividas en su anterior estado de desplazamiento forzado.

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A lo anterior se le suma la eterna disputa por el agua dulce que enfrentan las grandes y pequeñas empresas agricultoras de la región con sus cultivos de banano y palma. Empresarios que generan consecuencias irreparables en la ciénaga por los desechos químicos que le arrojan a sus aguas. Debemos afirmar entonces que por muchos años ha existido una problemática de sostenibilidad ambiental en la zona, no obstante es un hecho que se agrava cada día más, y paralelamente al conflicto armado, la contaminación ha sido un serio factor que ha contribuido en mayor parte al deterioro económico y social de estos pueblos. Las alarmantes condiciones insalubres en las que viven las familias por la falta de un sistema sanitario adecuado que les permita darle fin al vertimiento de sus desechos residuales en el agua, coopera con la contaminación de los pocos peces que les quedan (su única fuente de alimento).

Por último, la ausencia de programas de educación ambiental que les enseñe a las poblaciones sobre reciclaje y la re utilización de los recursos como método para combatir el exceso de desechos que hoy terminan en las costas y manglares.

Sin embargo hoy es un deber reconocer al medio ambiente de esta zona como el sujeto colectivo que necesita reparación. El impacto que ha generado el cambio climático en la región es una complejidad, y ha sido una constante lucha visibilizar está problemática. Principalmente, sin pensar en las consecuencias ambientales se planteó un sueño de desarrollo productivo regional con la construcción de la carretera Ciénaga-Barranquilla; cuya ejecución se encargo de obstruir el flujo natural de agua dulce y salada, flujo que representaba la principal fuente de vida para el mangle pues permitía la oxigenación del ecosistema. Como la anterior, se siguen realizando más proyectos de mega obras que encienden cada vez más la alarmante situación en esta zona vulnerable.

Con todo esto del desarrollo regional, se deja a la “Mina de pescado más grande del país” en vía de extinción, pues por una parte estas acciones promueven la hiper-salinización de las aguas dulces durante las épocas de verano -dejando a las especies del ecosistema sin el natural carácter de reproducción- y por otra parte imposibilita la entrada de la diversidad de peces provenientes del mar Caribe colombiano.

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Siendo así, pese a haber firmado el acuerdo para el cese del conflicto armado, y los habitantes hayan tenido la fortaleza de retornar a sus raíces, la realidad es que la Ciénaga Grande de Santa Marta no es un territorio que le pueda ofrecer a sus nuevas generaciones garantías para tejer un futuro en condiciones dignas de vida. Si bien allí la gente nació con “una común capacidad de adaptación social a las situaciones de extrema pobreza” la ausencia del Estado y de las políticas sociales y ambientales de protección y conservación de la biosfera son los detonantes más claros que ponen en riesgo la vida de las familias que habitan en estas aguas (cada día más contaminadas). Entonces dicha ausencia del Estado lo convierte en un cómplice del atentado sistemático en contra de la vida de estas poblaciones y del medio ambiente que los rodea. La injusticia social que obliga a los habitantes de estos pueblos palafitos a abastecerse a diario de basura y alimentos contaminados por las aguas residuales es un acto cómplice de violación del derecho a la vida. Hay que entender entonces que una paz sin inclusión social y ambiental no es una paz sincera.

 
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Desde el año 2009 la Gobernación del Magdalena con otras entidades nacionales, internacionales y privadas, se vieron en la obligación de diseñar estrategias integrales de prevención y cooperación a las más de 427 familias y pueblos palafíticos. Estrategías que a la fecha jamás han sido ejectudadas y que siguen dejando en situación de emergencia a uno de los ecosistemas más importantes que tiene el país. En su lugar, la mayor ayuda humanitaria que han recibido las mujeres y los niños desnutridos de estos pueblos han sido 2.500 juguetes (que seguramente terminarán flotando en las aguas) donados por Acción Social, Naciones Unidas y una empresa privada, quienes según fuentes de información, fueron recibidos por los niños con el himno y la bandera nacional.

 
 
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Después de casi 19 años de la masacre, los pueblos palafíticos no desean recordar más la masacre perpetuada a su gente por los grupos paramilitares. La única esperanza de vida que tenían era la del cumplimiento de los acuerdos firmados con las FARC, que fomentaban una paz incluyente, con justicia social, y un desarrollo en las comunidades integrándolos en proyectos productivos sostenibles. Una esperanza de paz y de agua dulce que el nuevo gobierno viene de a pocos deteriorando con su actitud, y que los deja con la única expectativa de que un turismo aplastante -y también contaminante- sea el que les garantice condiciones dignas de vida, pues se convierte paulatinamente en la única fuente de ingresos para la pervivencia.

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TEXTO y fotos

Aica Colectivo (Mateo Leguizamón)

Fuentes:

Vidas Silenciadas

Rutas del Conflicto

Centro de Memoria Histórica